“Explícale a tus compañeros cómo se ata un zapato”. Esa es una de las pruebas que muchas grandes compañías – de cualquier ámbito: management, servicios informáticos, banca, etc.- ponen a sus empleados.
Qué fácil, ¿no? Inténtalo. “Haz una lazada y envuelve el cabo izquierdo con el derecho”. Pero, ¿por dónde paso el cordón? ¿más cerca del nudo? ¿más lejos? ¿desde qué lado lo rodeo?
Este tipo de pruebas se hacen en cursos que quieren demostrar la importancia de dar órdenes precisas para evitar uno de los problemas de comunicación más grandes que existen: el transmisor de información dice una cosa y el receptor interpreta lo que ha oído, que puede ser que no tenga nada que ver con lo que el emisor tenía en la cabeza.
Veamos un ejemplo de lo más común. Si le digo a mi compañero de piso: ‘Te toca recoger la casa, hazlo esta tarde, por favor’, y cuando llego veo todo como estaba, posiblemente me aparezca en el hombro un pequeño demonio diciendo que tengo que quemar el hogar, y a mi compañero con él:
-‘¿No te dije que recogieras la casa?’
-‘Sí, y lo he hecho: he pasado el aspirador’
– ‘¿Y colocar en su sitio los platos del lavavajillas, pasar el polvo a los muebles, limpiar el baño y colgar en sus perchas la ropa?’
– ‘Ah, ¿eso había que hacerlo también?’
Pues sí, había que hacerlo, pero si me paro a pensarlo, en la orden que di no estaba explícito. Yo lo había sobreentendido, pero no lo había dicho. Porque para mí, ‘recoger’ significa ‘recoger todo’, pero para mi compañero no.
Otro ejemplo: ‘Cógeme eso de ahí’, dice tu madre señalando un lugar indeterminado de la cocina. Sí, sí, todos hemos recibido órdenes de este tipo (o las hemos dado, que no somos perfectos).
Esto que pasa constantemente en el ámbito cotidiano, se hace más problemático cuando se trata de dar órdenes o transmitir mensajes en una empresa. Ya sea para tratar con el cliente, en la comunicación entre compañeros, o en una presentación de producto.
La comunicación es algo que necesitamos todos y, aunque pensemos que es una capacidad con la que nacemos, es necesario desarrollarla.
No se trata de buscar palabras ampulosas o giros que demuestren nuestra sapiencia en el tema. Se trata de adaptarse a cada situación, y transmitir lo que tenemos en la cabeza de la forma más sencilla posible pero salvando todos los obstáculos que puedan hacer que el interlocutor naufrague en nuestro mensaje. ¿Cómo? Pensando en lo que queremos transmitir antes de hacerlo, entrenando nuestras habilidades comunicativas y confiando en la ayuda de un profesional 😉 .
Para terminar, os dejo con la excusa por la que he escrito el post, recordar el genial artículo que Julio Cortázar publicó en su libro ‘Historias de Cronopios y Famas’: Instrucciones para subir una escalera. Con toda su ironía nos hizo ver lo difícil que puede ser comunicar lo más sencillo.
Instrucciones para subir una escalera
Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se situó un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso. Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie). Llegando en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.
Créditos de la imagen: ona Anglada Pujol